Foto: Anna Xalabarder |
El poema del que provenía esa cita –las “bienintencionadas tonterías” que luego mencionó con simpatía la catedrática que conducía el acto de presentación, divertida acaso por el arrojo de lo que para ella era quizá una impertinencia- es “Enero”, y la verdad es que es más justo decir los versos completos: “y también acaso he pensado/ que quizá porque en sus posturas nos vaya exactamente la vida/ todo lo que podamos decir de la poesía jamás serán más/ que bienintencionadas tonterías”.
Lo omití como a veces quizá se omite algo por demasiado íntimo, y así pienso que la poesía se hermana con la infancia, y que en ese poema antiguo, en ese poema escrito en enero de 1988 se afirma: “La literatura es una aún no prohibida especie/ de espionaje y delincuencia, y acaso es cierto/ que escribimos por ver si algún verso/ nos consigue recalentar algo de infancia/ y también que lo hacemos contra nosotros mismos/ y un poco como nos es obligado soportar la vida:/ por necesidad y por miedo”.
Quizá sería mejor, para hablar de lo que hablamos, citar sólo los versos o el fragmento que se refiere a la infancia, pero no quiero sentir –como sentí un poco después de citar aquel otro, aislado, el otro día en la presentación- que peco de omisión y lo traiciono o cito mutilado, y por esto reproduzco el pensamiento entero, que como se ve así se matiza, completa, contrasta o anula, como tantas veces pasa. Porque –como empieza uno de mis poemas recientes- “la noche es siempre alba”.
Pero será mejor que vuelva a lo que nos ocupa, y así diré que el enraizamiento de la poesía en la infancia es un sentir antiguo mío, una convicción firme, y podríamos ver los versos de mi juventud poblados de infancias y de niños. Los ejemplos podrían ser muchos. Lo pienso con motivo de una para mí hermosa ocasión, como lo es que se me pida un saludo para el Festival de Poesía Verso en Nubes, invitación que es para mí una alegría y me hace pensar en las bienintencionadas tonterías, en la infancia y los niños que pueblan mis versos antiguos, en el aliento íntimo, la pulsión necesaria y secreta que es la infancia para el artista, el agua, el aire, el pozo del que nace y que precisa como brisa.
Pero es verdad que no sólo los poemas se han de explicar por sí mismos, sino que los poemas pueden explicar un sentir y una vivencia como no pueden hacer otras palabras, palabras que los rodean o con las que podría tejerse una presentación al uso. Así que la abandono al punto, y dejo olvidado este propósito. Espontáneo escribo, y del mismo modo siento que lo que único que puedo y debo hacer es transcribir dos poemas de los muchos que escribí el año 2009 de manera torrencial y tras veinte años de silencio, unos poemas a los que María García Esperón está añadiendo arte y difundiendo de manera preciosa por el mundo a través de El poema es todo. Llevan el número que tienen dentro de su orden de escritura y dicen:
169
HE HABLADO DE LA INFANCIA EN ALGÚN SITIO.
Hay mucha literatura sobre esto, pero yo sólo la he orillado
o apuntado. La infancia es pozo secreto
que sustenta el mundo, aire que entonces puro respiramos
y de algún modo aún nos acompaña, raíz muy última
de nosotros mismos. En los compases más altos de la vida
la infancia perdura. Todo es infancia.
Hoy quería decirlo de un modo sencillo
pero también claro, definitivo.
En ella hundo mis raíces, estoy
de su tierra y sus recuerdos vivo.
Entre las manos, si la acaricio,
tiene el mundo menos olvido.
178
EL MAR ESTÁ AL FINAL DE ALGUNOS NIÑOS.
Habita su corazón y es quizá su brújula,
su ritmo, su latido. El mar está al final
de todo lo que resplandece en esta vida.
El mar es una infancia. El mar es la libertad, la música.
Yo quiero ser el mar que te encuentre y te adivine
cuando se despierte la mañana y en tu alma
su ritmo seguir, como un niño
que al final o en su corazón lo cifra.