Lectura de poemas de Antonio Machado en el día de Sant Jordi y del libro en el Hotel Majestic del Paseo de Gracia de Barcelona (23 de abril de 2014)


Santiago Montobbio lee poemas de Antonio Machado
en el balcón del Hotel Majestic de Barcelona.
Foto: Klaas Wijnsma



El 23 de abril, día del libro y diada de Sant Jordi en Cataluña, se realizó una lectura de poemas de Antonio Machado desde el balcón situado encima de la entrada del Hotel Majestic, en el Paseo de Gracia de Barcelona. En este hotel se alojó Machado al llegar a Barcelona.

Santiago Montobbio fue invitado a participar en esta lectura por su compañera de la UNED y organizadora del acto, Monique Alonso, quien es una gran estudiosa y especialista en Antonio Machado, así como la creadora de la Fundación Antonio Machado de Colliure. Monique Alonso ha publicado recientemente el libro Antonio Machado, el largo peregrinar hacia la mar, dedicado a los últimos años y el exilio del poeta, y del que se efectuó una presentación en el Hotel Majestic el 22 de enero de 2014, justo el día en que se cumplían 75 años de la llegada de Antonio Machado a Barcelona y a este hotel. Hay una placa en el mismo que así lo recuerda.

Santiago Montobbio seleccionó un conjunto de poemas de Antonio Machado para leerlos desde el balcón del Hotel Majestic el 23 de abril. Éstos son los poemas que se pudieron escuchar en la voz del poeta en el Paseo de Gracia:




                          III   


   La plaza y los naranjos encendidos
con sus frutas redondas y risueñas.
   Tumulto de pequeños colegiales
que, al salir en desorden de la escuela,
llenan el aire de la plaza en sombra
con la algazara de sus voces nuevas.
   ¡Alegría infantil en los rincones
de las ciudades muertas!...
¡Y algo de nuestro ayer, que todavía
vemos vagar por estas calles viejas! 


                        VII

   El limonero lánguido suspende
una pálida rama polvorienta
sobre el encanto de la fuente limpia,
y allá en el fondo sueñan 
los frutos de oro…
                     Es una tarde clara,
casi de primavera,
tibia tarde de marzo
que el hálito de abril cercano lleva;
y estoy solo, en el patio silencioso,
buscando una ilusión cándida y vieja:
alguna sombra sobre el blanco muro,
algún recuerdo, en el pretil de piedra
de la fuente dormido, o, en el aire,
algún vagar de túnica ligera.
   En el ambiente de la tarde flota
ese aroma de ausencia,
que dice al alma luminosa: nunca,
y al corazón: espera.
   Ese aroma que evoca los fantasmas
de las fragancias vírgenes y muertas.
   Sí, te recuerdo, tarde alegra y clara,
casi de primavera, 
tarde sin flores, cuando me traías
el buen perfume de la hierbabuena,
y de la buena albahaca,
que tenía mi madre en sus macetas.
   Que tú me viste hundir mis manos puras 
en el agua serena,
para alcanzar los frutos encantados 
que hoy en el fondo de la fuente sueñan.
   Sí, te conozco, tarde alegre y clara,
casi de primavera.


                        IX

      ORILLAS DEL DUERO

   Se ha asomado una cigüeña a lo alto del campanario.
Girando en torno a la torre y el caserón solitario,
ya las golondrinas chillan. Pasaron del blanco invierno, 
de nevascas y ventiscas los rudos soplos de infierno. 
                           Es una tibia mañana.
El sol calienta un poquito la pobre tierra soriana.
   Pasados los verdes pinos, 
casi azules, primavera
se ve brotar en los finos
chopos de la carretera
y del río. El Duero corre, terso y mudo, mansamente.
El campo parece, más que joven, adolescente.
   Entre las hierbas alguna humilde flor ha nacido,
azul o blanca. ¡Belleza del campo apenas florido,
y mística primavera!
   ¡Chopos del camino blanco, álamos de la ribera,
espuma de la montaña
ante la azul lejanía, 
sol del día, claro día!
¡Hermosa tierra de España!


                       X


   A la desierta plaza
conduce un laberinto de callejas.
A un lado, el viejo paredón sombrío
de una ruinosa iglesia;
a otro lado, la tapia blanquecina
de un huerto de cipreses y palmeras,
y, frente a mí, la casa,
y en la casa la reja
ante el cristal que levemente empaña
su figurilla plácida y risueña.
Me apartaré. No quiero
llamar a tu ventana… Primavera 
viene –su veste blanca
flota en el aire de la plaza muerta-;
viene a encender las rosas
rojas de tus rosales… Quiero verla…


                       XV


   La calle en sombra. Ocultan los altos caserones
el sol que muere; hay ecos de luz en los balcones.
   ¿No ves, en el encanto del mirador florido, 
el óvalo rosado de un rostro conocido?
         La imagen, tras el vidrio de equívoco reflejo, 
surge o se apaga como daguerrotipo viejo.
   Suena en la calle sólo el ruido de tu paso;
se extinguen lentamente los ecos del ocaso.
¡Oh, angustia! Pesa y duele el corazón… ¿Es ella?
No puede ser… Camina… En el azul la estrella.


                      XVI


Siempre fugitiva y siempre
cerca de mí, en negro manto
mal cubierto el desdeñoso
gesto de tu rostro pálido.
No sé adónde vas, ni dónde
tu virgen belleza tálamo
busca en la noche. No sé
qué sueños cierran tus párpados, 
ni de quien haya entreabierto
tu lecho inhospitalario
…………………………………
Detén el paso, belleza
esquiva, detén el paso.
   Besar quisiera la amarga,
amarga flor de tus labios. 


                       XXX


   Algunos lienzos del recuerdo tienen
luz de jardín y soledad de campo;
la placidez del sueño
en el paisaje familiar soñado.
   Otros guardan las fiestas
de días aun lejanos;
figurillas sutiles
que pone un titerero en su retablo…
……………………………………..
   Ante el balcón florido,
está la cita de un amor amargo.
   Brilla la tarde en el resol bermejo…
La hiedra efunde de los muros blancos…
   A la revuelta de una calle en sombra
un fantasma irrisorio besa un nardo.


                      XXXI


   Crece en la plaza en sombra
el musgo, y en la piedra vieja y santa
de la Iglesia. En el atrio hay un mendigo…
Más vieja que la iglesia tiene el alma.
   Sube muy lento, en las mañanas frías,
por la marmórea grada,
hasta un rincón de piedra… Allí aparece
su mano seca entre la rota capa.
   Con las órbitas huecas de sus ojos
ha visto cómo pasan
las blancas sombras, en los claros días,
las blancas sombras de las horas santas.


                     XXXII


Las ascuas de un crepúsculo morado
detrás del negro cipresal humean…
En la glorieta en sombra está la fuente
con su alado y desnudo Amor de piedra,
que sueña mudo. En la marmórea taza
reposa el agua muerta.


                    XXXIV


   Me dijo un alba de la primavera:
Yo florecí en tu corazón sombrío
ha muchos años, caminante viejo
que no cortas las flores del camino.
   Tu corazón de sombra, ¿acaso guarda
el viejo aroma de mis viejos lirios?
¿Perfuman aún mis rosas la alba frente
del hada de tu sueño adamantino?
   Respondí a la mañana:
Sólo tienen cristal los sueños míos.
Yo no conozco el hada de mis sueños;
no sé si está mi corazón florido.
   Pero si aguardas la mañana pura
que ha de romper el vaso cristalino,
quizás el hada te dará tus rosas,
mi corazón tus lirios.


Santiago Montobbio y Klaas Wijnsma, traductor de su poesía al holandés,
ante la placa conmemorativa de la estancia de Antonio Machado
en el Hotel Majestic de Barcelona. :: Foto: Karin Kwa


Santiago Montobbio

Santiago Montobbio
Foto: Anna Xalabarder

Volvió a escribir

después de 20 años de silencio. Entonces Ernesto Sábato, Miguel Delibes, Juan Carlos Onetti y Camilo José Cela describieron su poesía como honda, misteriosa, envidiable.
Es Santiago Montobbio (Barcelona, 1966) de esa estirpe de poetas que cosechan el misterio en la cotidianeidad, que se transportan con ligereza a ese otro lado donde está la sombra alumbrada y vuelve sembrado de palabras tan sencillas como poderosas, tan sobrenaturales como humanas.
(María García Esperón)