Dentro de dos días es el santo de Clara, mi sobrina



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DENTRO DE DOS DÍAS ES EL SANTO DE CLARA, MI SOBRINA,
y lo celebramos ya hoy, en casa de mi hermano,
porque ese día vienen dos amigos de infancia
que vienen cada verano, amigos antiguos
que yo también conozco, del colegio. He tomado café en la playa,
leído la prensa y escrito unos poemas.
Violeta come deprisa y da vueltas ya en su bicicleta.
Comento que tiene una fuerte conciencia del pasado,
porque dice mucho cuando era bebé, de chiquitita chiquitita,
y sólo tiene tres años y medio. Y de tantas cosas,
dice mi hermano, en referencia, claro, a su conciencia.
Sí, le gusta mucho hablar del pasado, refuerza
mi cuñada. Y acto seguido me pregunta
qué bicicleta tenía yo cuando era bebé.
Comento que aprendí, claro, a ir en bici, pero más tarde
de lo que me tocaba, y que fui mucho tiempo
en triciclo. Ella dice que cuando era bebé
también tenía uno. Y recuerdo el triciclo
en que intenté escapar de tía Isabel,
en Reixac, la finca de mis abuelos, cuando tenía
más o menos su edad. Los mayores tomaban café
en casa de las tías y una de mis primas romanas
me alentó para que irrumpiera allí y dijera
tía Isabel, tía Isabel, cascabel, culo de miel, y con entusiasmo
y sin pensar así lo hice. Mi tía se levantó
hecha una furia y empezó a perseguirme.
Yo bajé los escalones, tras cruzar la puerta,
y le dije muy ufano: yo me escapo con mi triciclo.
Pero claro, dio dos pasos y me agarró, digo,
y mi hermano y mis sobrinos ríen. Me agarró,
en efecto, y me encerró en el baño, y dijo
que ya no saldría. Allí estuve,
hasta que mi padre se hartó y se enfadó
y dijo que el niño no podía estar allí metido.
Era un baño precioso, dice mi madre. Todo de cerámica
antigua, añade mi hermano. Digo que era
en casa de las tías. Mi madre asegura que era
la de los abuelos. Pero yo estoy seguro
de mi recuerdo, pese a que era
tan pequeño. Era una masía enorme,
con varias casas unidas. Antigua y bella.
Tanto campo, tanta historia. Me veo entrando
en el salón, diciendo lo de tía Isabel
y lo del triciclo. Mi hermano
recuerda también que una vez
trajo un coche con motor (un car, los llamaban),
y que de poco se estimba cuando
al bajar la cuesta que llevaba a casa
se le quedó el volante en la mano. No sé
cómo no me maté, dice. Allí siempre
os pasaba algo, añade mi madre, las rodillas
peladas. Nos la pegábamos, porque era
una bajada empinada, donde otras veces
nos hartábamos de moras. Rodillas peladas,
morados y cardenales, mientras la tarde pasaba
y mi madre nos ponía lápiz dermosán, un remedio como antiguo
que entonces se aplicaba y que ahora
me viene a la memoria. Me gustaría
ir, dice mi hermano,
para ver cómo está. Qué quieres ver,
no habrá nada, le respondo. Es sólo
infancia quemada. Campo pasado,
como el agua que hay en el dicho,
e infancia quemada. Tampoco
de mi tía queda nada, pobre,
con alzheimer. Ya no conoce,
no habla. Mamá va a verla,
pero es como si no fuera. Una pena,
como el campo quemado y la infancia ida.
El tiempo restaña las heridas, pero el olvido
es también un dolor, como la ausencia
y el tiempo ido. En él Dios está perdido.


El alba se desanda



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EL ALBA SE DESANDA. EL HOMBRE
mientras canta
pierde el alma. O la congrega
tras la vida fiera
en las palabras, como agua
que de la sombra abjura y siempre
mana. Pero las palabras
en la sombra también ahondan, y la noche
exploran. El alma
se encuentra y se pierde
mientras se canta. El hombre
puede ser una mañana.

(C) Santiago Montobbio
Hasta el final camina el canto

Santiago Montobbio

Santiago Montobbio
Foto: Anna Xalabarder

Volvió a escribir

después de 20 años de silencio. Entonces Ernesto Sábato, Miguel Delibes, Juan Carlos Onetti y Camilo José Cela describieron su poesía como honda, misteriosa, envidiable.
Es Santiago Montobbio (Barcelona, 1966) de esa estirpe de poetas que cosechan el misterio en la cotidianeidad, que se transportan con ligereza a ese otro lado donde está la sombra alumbrada y vuelve sembrado de palabras tan sencillas como poderosas, tan sobrenaturales como humanas.
(María García Esperón)