Anabel Sáiz Ripoll |
La lucidez del alba desvelada,
Santiago Montobbio,
Los Libros de la Frontera, 2017
(El Bardo, 43)
La lucidez del alba desvelada es un libro río, un libro torrente que fluye en alocada -y viva- carrera hacia el mar, hacia el poso y la reflexión, hacia, como leemos en el título, la lucidez del alba desvelada. Imaginamos al poeta, sin sueño, abocado a una desazón personal, a una inquietud que tiene un origen humano, un origen eterno, y que no es otra que el amor, pero no el amor pensado o anhelado, el amor trágico y desolado, no, más bien es el amor que se aguarda, que se echa de menos, que se sabe de uno, pero acerca del que se tienen dudas porque nunca podemos estar seguros de nada en este peripecia sentimental en la que caen todas las convenciones y habla nada más el alma. Imaginamos, pues, al poeta, maduro y sereno, desvelado, en un amanecer; un amanecer fecundo puesto que le da pie para ponerse a escribir poemas y más poemas, breves, en prosa, amplios, desolados, esperanzados, cargados de miedo, de lucha, de reposo, respetuosos, evocadores; poemas amplios y generosos como es la palabra del poeta. Y en este devenir que nos lleva del amanecer al día, Montobbio escribe y traza palabras y las encadena y las deja libres, y la invoca y las rechaza y las quieres y las maltrata porque así es el sentimiento del amor que aguarda, del amor que no es, pero sí es, que no llega, pero quizá llegue, que no está, pero que sí está.
Santiago Montobbio escribe estos versos entre 2010 y 2012. Son, por lo tanto, sus últimos poemas publicados. Cabe recordar que en 2009, después de veinte años sin publicar y acaso sin escribir, que es lo más duro, el poeta se desató, abrió sus compuertas y nos ofreció una tetralogía inmensa, La poesía es un fondo de agua marina, Los soles por las noches esparcidos, Hasta el final camina el canto y Sobre el cielo imposible. Con La lucidez del alba desvelada culmina, por decirlo así,cierra esta primera etapa de madurez y lo hace ofreciendo un libro que, como estamos viendo, gira en torno al amor.
Escribe el poeta en el poema que abre el texto los siguientes versos:
"Amor que empieza, que canta, que anda.
Amor como el sueño sobre una playa".
Parece que, al principio de este largo amanecer, el poeta se sintiera optimista:
"En el temblor, en el dolor, en la luz
alta de esperanza y de mañana,
música que es solo ya cifra del alma".
Es como si el poeta, gracias a este amor, rejuveneciera:
"Vivir en el amor esplende.
A este puerto llegue, y tú
me esperes".
En otro momento escribe:
"Sobre mi vida tú amanezcas,
luz o flor nacida para mi amor
y entre mis dedos, tras tanta espera".
Vive el amor como puerto, como llegada y como descanso, como mañana y como aire; pero también como espera confundida o como sueño y así, poco a poco, en esta duermevela, el poeta se siente desfallecer, se confunde y no distingue el sueño de la realidad:
"Eres solo un sueño, o este
temblor en que canto y
me estremezco. Adiós, beso".
Y continua, dejando atrás la esperanza:
"Eres ese poema triste
y su soledad que se desangra".
Y ponemos el dedo en la llaga al hablar de soledad, la lucidez de Montobbio es darse cuenta de que aguarda, pero lo hace en soledad y no sabe si tiene o no que seguir aguardando porque duele la espera. Continuamente empieza ahora el adiós:
"y eres adiós, alba, alba,
huérfana en la nada destrenzada".
Ese amor de primavera, casi de Petrarca, se esfuma y llegan las sombras:
"Te he querido, te quise, sí, en un momento
seguro y cierto. Pero te he perdido."
En esta historia que va de la esperanza al sueño, al adiós, a la duda y a la desolación, se llega, coincidiendo con el amanecer, de nuevo al asombro, a la posibilidad de que todo es verdad, de que sigue el amor y vale la pena esperar:
"El amor da sus pasos, y tiene alas.
El amor me alcanza. Sea en él
contigo alma, alba, mañana".
Montobbio, en este camino de introspección, de autoconocimiento, acaba dándose cuenta de que es en él mismo donde acaso hallará la respuesta y trata de regresarse, de entenderse, de aceptarse:
"He tenido que volver a ser antiguo. Que ser limpio.
Que ser otra vez niño".
Al final de este periplo, los versos se trocan en prosa y evocan momentos vividos, lugares compartidos, gustos personales, afectos, aciertos y desaciertos, evocan ternuras, nostalgias y tristezas, pero son absolutamente lúcidos porque el autor está alcanzado esta clarividencia propia de los que sienten mucho, de los que tienen mucho qué decir y mucho qué sentir...Al fin "te quiero siempre viva, siempre conmigo -y siempre viva".
Sin duda son muchos más los elementos que podríamos comentar, pero valgan como anticipo para una lectura en la que el lector encontrará, dependiendo de su edad, una respuesta o una pregunta, pero jamás la indiferencia.