Todos tenemos un paisaje
que como en un puzzle roto está al final del alma,
y podemos a través de sus pedazos sentirla
y trazarla, dibujarla como nombre o como rostro,
sentir la patria que en el poema se cumpla
y en el vivir y el aire se deshaga.
Desde sus primeras obras, El anarquista de las bengalas (que aquí canta Ofilio), como Hospital de inocentes, Santiago escribe a borbotones de manantial que no puede detenerse.
Escribía en los márgenes de sus apuntes de Derecho, profesión que nunca ejerció. Escribía en los cafés del Paseo de Gracia, cerca de su barrio en Barcelona. Y nunca ha dejado de escribir con la misma entrega y pasión de un adolescente, y también con la misma hondura.
Al igual que los adolescentes enamorados ha sucumbido a tiempos de sequía, en espera de una nueva temporada de lluvias para reaparecer con el mismo vigor. 20 años después, reaparecieron cientos de sus versos, exterioristas y nostálgicos, celebratorios de la vida, que últimamente ha recogido la colección mítica de El Bardo.
Cuando escribe se quita su disfraz de profesor universitario de Literatura y su poesía se vuelve lo menos erudita que uno pueda imaginarse. Devuelve al joven enamorado, perdido entre la pasión y la nostalgia de la niñez. Dice: “El mar está al final de algunos niños”.
La fluidez de los versos de Santiago invitaba a la música. Pero se necesitaba el músico poeta Ofilio Picón para hacerlos volar como ahora, aquí mismo, en esa forma de lectura y vida que es la música.
Entre Barcelona y Managua son muchos más los puentes que los kilómetros de distancia. La universalidad de esta poesía que reivindica la cotidianeidad de lo íntimo, se leen por igual en un sitio u otro. Porque siempre hacen falta los poetas, porque siempre hacen falta los versos que nos armen de palabras sentimientos no siempre confesados. Santiago confesará que toda su escritura se debe a un rechazo. Si ese amor, hubiera dicho que sí, tal vez estaría en silencio, y su música sería otra, y Ofilio no lo hubiese leído. Quién sabe.
Lector voraz de Jorge Guillén y admirador de Borges, con muchos amigos ya en Nicaragua, Santiago Montobbio se nos presenta en las alas de la música de Ofilio con su toque nicaragüense, a veces ampliado con acordes andinos. Ambos recuperan la larga tradición del español de ida y vuelta que hoy tanto nos cuesta reivindicar en las dos orillas.
Aún avergonzados de las vergüenzas de nuestros abuelos, apenas vemos que la historia no se olvida pero también sigue otros cursos. Tras la violencia de una conquista, como tras la crueldad de los dioses mitológicos, al final perdura y resiste una forma de ternura, que en nuestro caso es la lengua. El español enriquecido en ese ida y vuelta que se va haciendo diferente y único al mismo tiempo, una tradición que supera los cinco siglos.
Esa ternura es la que nos dejan ahora la voz y la música de Ofilio Picón y los versos de Santiago Montobbio. Dispongámonos a dejarnos arrullar por ellos, yendo hacia dentro de los versos, con “el miedo de un labio que te espera