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Santiago Montobbio en la Plaza Real de Barcelona, el 20 de octubre de 2017 |
Es la vida en clave poética la ofrenda que Santiago Montobbio hace a sus lectores en La antigua luz de la poesía. Su sexto volumen publicado en la colección El Bardo da fe de la expansión de una palabra que es invocación y testimonio, añoranza del amor nunca alcanzado y celebración plena del aquí y del ahora.
Desde el primer al último verso el poeta parece hablarnos desde el espacio de bienaventuranza que ha alcanzado, una suerte de visión segunda en la que las cosas, los espacios, las sensaciones, le revelan sus recónditos misterios.
Y de esos misterios nos convierte en cómplices. Y a una completa felicidad nos invita. La felicidad del que contempla el mar y al hacerlo se ilumina porque atisba el sentido último de la vida que es también el primero. La poesía de Santiago Montobbio nos convierte a la luz del origen y aunque la muerte es un temor tan humanamente admitido que nos deja trémulos: "Adiós, muerte/ no asomes en el rostro de mi madre", en el momento alto de la contemplación, cuando el objeto y el poeta se funden en palabra, eso tan temido se presenta en belleza y en verdad que se apetece:
"La noche, ligera otra vez, tras el
silencio
y como el mar. La muerte como un mar,
también la noche, el silencio en que
el canto acaba y es una bendición
por su descanso, dulce último mar".
A lo largo de casi 500 páginas seguimos el transcurrir existencial del poeta. Nos habla de sus días en Holanda, invitado por Klaas Wijnsma, su traductor al holandés, de cómo prepara la conferencia sobre la presencia de los clásicos en su poesía que daría en la Universidad de Oviedo en noviembre 2016, de una estancia en el Ampurdán al lado de su madre, de otros días en Andorra, donde su hermano Manuel es embajador de España, menciona los correos que recibe, los mensajes que envía, los cafés que frecuenta... y toda esa cotidianeidad es tan esencialmente escrita, tan profunda y a la vez tan sencillamente vivida, hay tantos hallazgos a cada paso, todo es tan íntimo y también a la vez tan compartido que no podemos sino recordar la alusión borgeana de que para un verdadero poeta cada momento, cada hecho, debería ser poético. En Santiago Montobbio lo es, me consta, aunque parezca increíble.
Los días y los poemas de 2016 llevaron a este poeta de Barcelona a encontrarse de frente con la antigua luz de la poesía:
"En el agua pura de un día
de finales de octubre y en
su luz diáfana quiero
otra vez ser antiguo y griego,"
Así dice y lo logra y aprehende la esencia inmortal de Cataluña, su significado profundo en la historia del hombre, su eternidad, a salvo de cualquier vaivén o manipulación:
"No sólo el campo
y el mar, lo canté y lo he recordado, me salven también
estas viejas ciudades y estos pueblos, las calles esta
tarde
de una capital medieval del Ampurdán
donde hay una casa de mi sangre".
La antigua luz de la poesía entrega la verdad del hombre y sus espacios: la casa, la ciudad, el campo, el horizonte. Nos devuelve la vivencia del cosmos, el asombro ante la noche, el mar y la muerte. Nos anuncia lo lejos que puede llegar la conciencia cuando despierta al llamado de la belleza. Nos ofrenda, última como el origen, el alma del poeta.